Justo ahí, cuando estamos acurrucados en la cama, listos para girar, abrazar la almohada y dormir hasta el fin de los tiempos, suena el despertador. Entonces llega la tentación: ¿hacerle caso a la inevitable melodía y ponernos en movimiento o elegir la seductora dilatación de las obligaciones que propone el snooze?
Mis rutinas de este año me exigen que el despertador suene al menos tres veces por semana a las 5.50. Para los remolones como yo, un verdadero crimen. Todos los días elijo la opción de snooze en el teléfono -el sistema programado para que la alarma vuelva a sonar-, o pongo dos o tres alarmas con diferencia de cinco minutos entre ellas, que es lo mismo. Todo para tener la (falsa) sensación de estar descansando un ratito más.
Sé que no estoy sola en este placer culposo, pero vengo a romper con la ilusión. Más allá de darnos un gusto en ese instante, lo cierto es que le estamos jugando una mala pasada a nuestro cuerpo. El snooze no sólo no aumenta el tiempo de descanso, sino que confunde a nuestro cerebro y nos hace levantarnos más cansados que si hubiéramos puesto los pies en el piso con la primera alarma.
Es que este falso amigo reactiva una secuencia en los ciclos del sueño. Los biólogos Mitchell Moffit y Gregory Brown estudiaron su funcionamiento y explican que el ser humano cuenta ya con un reloj biológico que prepara al cuerpo para salir de las fases del sueño e ir entrando en la actividad con toda una serie de elementos químicos en juego. Y el despertador juega un perverso efecto en este ciclo: en muchas ocasiones, interrumpe esa secuencia de calentamiento de motores, con la que el cuerpo entra en lo que se conoce como inercia del sueño. Un estado en el que no se han completado las fases del sueño y que afectan el despertar.
Y aquí entra el encantador snooze: esta función empeora las cosas al inducir al cuerpo a un nuevo ciclo de sueño, con lo que la sensación de cansancio es aún mayor. ¿Su consejo? Despertarse todos los días a la misma hora, incluyendo fines de semana, y evitar pulsar el snooze por muy cansado que se esté y saltar de la cama al primer aviso.
Es que este falso amigo reactiva una secuencia en los ciclos del sueño. Los biólogos Mitchell Moffit y Gregory Brown estudiaron su funcionamiento y explican que el ser humano cuenta ya con un reloj biológico que prepara al cuerpo para salir de las fases del sueño e ir entrando en la actividad con toda una serie de elementos químicos en juego. Y el despertador juega un perverso efecto en este ciclo: en muchas ocasiones, interrumpe esa secuencia de calentamiento de motores, con la que el cuerpo entra en lo que se conoce como inercia del sueño. Un estado en el que no se han completado las fases del sueño y que afectan el despertar.
Y aquí entra el encantador snooze: esta función empeora las cosas al inducir al cuerpo a un nuevo ciclo de sueño, con lo que la sensación de cansancio es aún mayor. ¿Su consejo? Despertarse todos los días a la misma hora, incluyendo fines de semana, y evitar pulsar el snooze por muy cansado que se esté y saltar de la cama al primer aviso.
Pero al usar el snooze nuestros cuerpos reciben un mensaje confuso: a veces escuchamos el beeep y nos levantamos, otras nos quedamos en la cama otros 10 minutos, otros por 20. Elegir el snooze rompe el link mental entre la alarma y la necesidad de levantarnos, provocando que sea más difícil para nuestro cuerpo aprender cuando necesitamos dejar nuestro lugar de descanso.
Por otra parte, tampoco ofrece beneficios a corto plazo. Tener cinco minutos más se siente bien en el momento, pero ese tiempo no permite entrar en un ciclo de sueño profundo y reparador como para levantarse más fresco que cinco o diez minutos atrás. Mejor entonces poner la alarma a la hora que tenemos que levantarnos y saber que ese sonido reclama ponernos en movimiento. Como todo hábito, llevará unos meses adquirirlo, y una vez incorporado la promesa es que será más fácil de cumplir.
Recién tomé coraje para reprogramar mi despertador y que la alarma suene una única vez. Ya saben qué habrá sucedido si mañana llego tarde al trabajo.
Fuente: La Nacion